Atalaya de blancos y verdes intensos, Benamahoma, la población de los ‘hijos de Mahoma’, así la denominaron los árabes, es una de las joyas de ese paisaje de naturaleza exuberante, tradiciones y cultura que es la Sierra de Cádiz.

Pocos placeres son comparables a los de pasear por sus calles y plazas a la búsqueda de esas huellas que, aún latentes, hablan de su pasado, de esas disputas que siglos atrás enfrentaron a Moros y Cristianos. Pasado que se esconde entre fachadas encaladas, calles empedradas y sonidos de agua que interrumpen la espectacularidad de la Sierra del Pinar, a cuyos pies se ubica.

La iglesia de San Antonio de Padua, su singular Plaza de toros, el río Majaceite, fuentes como las de los Tres Chorros y el Nacimiento, el viejo cementerio, su antigua piscifactoría  y el majestuoso Pinsapar dan vida a una población que se antoja como el mejor de los destinos para dejarse llevar por lo mejor de la vida.